A escondidas me susurrabas la música que yo transformaba en caricias sobre mi piano. Música de amor para alguien imposible y desterrado. Estudié durante semanas tu boca enfundada en labios fijos sin que te dieses apenas cuenta de que soñaba con besos que nunca nacieron de mis sueños. Mientras dormías acaricié tu frente. Eras tú y yo. La vida y la muerte bailando en la sonora tarde de Cadaquesh.
Así fue como yo, la sangre gitana y tú, la locura despierta, fundimos nuestras alas para quedarnos huérfanos de tristezas pasajeras. Acunando a la noche y saludando al alba desnudos entre abrigos de amor.
Lloré en la despedida mientras apuñalabas mis poemas aún con latidos, todavía vivos. Hasta tuve el valor de aceptar aquella apuesta demoníaca...Todo lo hice por ti, bien lo sabes.
Me despedí de ti como ese amigo que jura volver en el último aliento, en el último día de tu vida. Y pasabamos a añorarnos como dos amantes sin prejuicios. Sé de las lágrimas que me brindaste cuando convencido de que nunca nos lanzaríamos sin límites a nuestras aventuras, decidiste no volver a amar. Cuando supiste que por mis venas asomaba el plomo. Allí entre olivos. Cerca de mi Vega, a traición.
¡Vuelve amor mío, vuelve! Ahora que ya no nos quema el miedo. Seamos de nuevo uno. Te he esperado siempre y ahora te brindo este último día infinito que se resiste a morir.