Prueba
- Y a un idilio tan frío solo le puede la muerte -


Prueba

20 de septiembre de 2010

La piedra de Bolonia


Ayer de madrugada no podía dormir. O quizás tampoco quise. Estaba decidido a terminar de leer un libro que llevaba tiempo esperándome para que, una vez descalzo, me sumergiera en su intrahistoria. Me lo regaló Isabel en mi cumpleaños, mi madre Amantísima. La misma dedicatoria valdría la pena releerla hasta la saciedad para convencerme de quién soy según qué ojos. Gracias a ella, se trata ya de uno de mis libros favoritos. Y lo es por la emocionante prosa con la que te descubre toda una cosmovisión del desamor. Este es el ingrediente principal de toda la corriente del romanticismo más extremo y por lo tanto queda claro que estamos hablando de Werther. No quiero desnudaros más su argumento pero sí me gustaría compartir con todos vosotros una de las correspondencias que el protagonista mantiene con su amigo Guillermo hablando de su amada Carlota. La sensibilidad que emanan estas frases llegan a sobrecoger por su preciosismo. Y lo mejor de todo, ¿quién estando realmente enamorado, no ha pensado lo mismo?




18 de julio


Guillermo, sin el amor, ¿qué sería el mundo para nuestro corazón? Lo que una linterna mágica sin luz. Apenas se introduce la lamparilla, cuando las imágenes más variadas aparecen en el lienzo diáfano. Hoy no he podido ir a casa de Carlota; una visita inevitable me lo ha impedido. ¿Qué hacer? He enviado a mi criado, sin más objeto que el de tener cerca de mí a alguno que la haya visto hoy. ¡Con cuánta impaciencia le he esperado! ¡Con qué alegría he vuelto a verle! Le hubiera besado, a no ser el colmo de la locura.


Cuenta que la piedra de Bolonia, cuando se pone el sol, absorbe los rayos, y puede luego alumbrar parte de la noche; en este caso se hallaba mi criado para mí. La idea de que los ojos de Carlota se habían fijado en su cara, en sus mejillas, en los botones de su casaca y en el cuello de su abrigo, hacía todo esto tan sagrado y tran precioso para mí, que en aquel momento no hubiera yo dado mi sirviente por mil escudos. Su presencia me llenaba de gozo. ¡Dios te libre de reírte! Guillermo, ¿se pueden llamar fantasmas a quienes nos hacen felices?


"Penas del joven Werther". Fragmento. Johann Wolfgag Goethe (1774)


Todos los derechos reservados. Jesús Leirós 2010 ©
Publicado por Unknown en 20.9.10

5 comentarios:

galiMATIAS dijo...

¡Ya tengo ganas de leermelo! Cuando estoy lejos de quien quiero también me pasa eso. Todo lo que ha tocado o dicho es sagrado para mi.

Saludos

Anónimo dijo...

Tantas ganas tienes de que te encineren?
Acaso dejaste atras las ganas de vivir?

Unknown dijo...

Estoy tan lleno de vida que mi epitafio rezará: "Murió vivo"

Mariflor dijo...

Anda que las preguntitas que te hacen...

Pao Pao dijo...

Solo conocia Fausto de las obras de Goethe. MUY BUENA ENTRADA!!!!!!!