
La primera vez que estuve completamente abandonado en Madrid, el suelo tembló. Vi a través de las aceras cómo cientos de serpientes de hierro se deslizaban bajo un ruido atronador y modernista. Estaba en Gran Vía y tenía que llegar hasta Ventas. Sofía tenía el coche en el taller y se encargó de quitarme todo el dinero que tenía encima para que no cogiese un taxi como había sido mi costumbre hasta entonces.
"Toma, con esto tienes para ir y volver" - dijo con una displicencia elegantísima.
Y allí estaba yo. Bajo el Capitol con dos euros, medio Madrid festejando que estábamos en las semifinales del mundial de Sudáfrica y con una frase que me martirizaba gritándome: "Jesús, ni se te ocurra perderte". Eso es muy fácil para los que no les cuesta llevar lentillas, les quedan bien las gafas, conocen Madrid o no tienen a una hermana que les evite montarse en taxi.
A mano derecha tenía un gran plano del metro de Madrid. Un circuito reconocido en todo el planeta como uno de los mejores no debería darme mucho problema. Pregunté a la primera señora que pasó. Lo debí hacer con tan poca gracia que la mujer siguió su camino sin percatarse de que en verdad no era un espectro. Me quedé parado varios minutos y me puse a cantar interiormente. Eso lo hago siempre que una situación tensa está a punto de sobrepasarme. Y la verdad es que me funciona.

De repente aparecieron dos señoras de las de antes. Seguramente acababan de tomarse su té con pastitas o bien venían del médico. Iban arregladísimas y perfumadas de un encanto natural que se me hizo irresistible no ayudarme de ellas para salir de esta.
- Perdonen. Miren, estoy un poco perdido. ¿Cómo hago para llegar a Ventas?
- ¡Uhhh, está lejísimos chico!
- Sí, pero es que me hago un poco lío con el metro... ¿Qué línea es?
- Ven con nosotras. ¿Qué eres andaluz? ,¿es tu primer día aquí?, ¡qué blanco estás!
Las señoras debían ser hermanas porque se parecían mucho entre sí. Aunque hay quien dice que cuando una persona lleva mucho tiempo junto a otra acaban teniendo las mismas facciones. Fuera como fuese, sabía cómo llegar a Ventas con cada una colgando de mis brazos. Me sentía como si de repente dos ángeles de aspecto cómico se empeñaran en que no fuese carne de cañón.

Vinieron conmigo hasta la estación de Ascao. Decían estar aburridas y que como con un billete sencillo podían dar la vuelta completa a la ciudad, que me acompañaban hasta donde tuviese yo que ir. Me dio pena no tener nada de dinero para agradecer este detalle.
Llegué a casa y le mandé un mensaje a Sofía para que no se preocupara.
- Ya he llegado sin problemas. Voy a dar una vuelta a Pepe. Te espero para comer -
Me contestó inmediatamente.
- ¿Qué hacías con dos viejas engachadas? Cateto en la ciudad TOTAL -
Sí, se había quedado escondida para ver como me las ingeniaba y me había visto con dos abuelas. Pero ellas eran Blanquita y Rosario, las Hermanas Morales, jubiladas de Telégrafos, solteras, adorables y fantásticas. Esa noche pensé en ellas, en que la bondad de los desconocidos nunca me ha sido ajena. Ojalá me las encuentre cualquier tarde inesperada. Las reconocería de inmediato. Ese día llevaré algo de dinero para comprarles pastitas para su té o acompañarlas al médico. Pero esta vez todo sería distinto. Entonces pasearía con ellas para perderme entre horas.

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